Mientras que la ciencia occidental desde Newton creía que había descifrado todas las grandes constantes físicas del Universo, a comienzos del siglo XX, el modelo de indefinición e incertidumbre planteado por la física cuántica pulverizaba las certidumbres de la física moderna. En la primera década del siglo, Einstein planteaba la teoría de la relatividad. Ya no existía un marco homogéneo y definitivo de espacio-tiempo, tal como lo planteaba la física newtoniana. En el año 1926, esta recibió su golpe de gracia al formular Werner Heisenberg su Principio de Incertidumbre. Este establecía un límite a las certezas que un observador podía tener respecto de la posición y velocidad de las partículas subatómicas y, por ende, de todo lo conocido. El principio de incertidumbre, desarrollado por Heisenberg, nos dice que es imposible conocer simultáneamente la posición y el momentum de una partícula (por ejemplo, de un electrón) con precisión. Dice que cuanto más precisa sea la medición de una, menos precisa será la medición del otro. Esto implica dos cosas: el comportamiento de las partículas subatómicas es impredecible y el rol del observador ya no puede separarse de lo observado.
Contrariamente a la física clásica, según la física cuántica la descripción de los fenómenos es siempre necesariamente incompleta. Así, a partir de este cambio de paradigma epistemológico, el principio de incertidumbre predice probabilidades en situaciones en las que la física clásica predecía certezas. El principio de incertidumbre posee claras implicaciones filosóficas que implican un rechazo hacia el modelo newtoniano de conocimiento y que subrayan una forma de saber contingente y parcial. Este principio tuvo fuerte impacto en, por ejemplo, Derrida, Foucault y otros pensadores del postestructuralismo. La dispersión del signo, por ejemplo, constituye para Derrida un fértil proceso de generación de sentidos. La verdad sólo existe en un hipotético y continuo punto de fuga. Al principio de incertidumbre se asocian las nociones de lo inclasificable, la inestabilidad semántica, la inverificabilidad, la ambigüedad, la ambivalencia, la impredictibilidad, la pluralidad contra el monopolio, la universalidad y el totalitarismo. Se trata de una llamada a abandonar un centro privilegiado de referencia y a enfatizar la importancia de términos como el vacío, el silencio, la aleatoriedad. Estas ideas están muy próximas, por ejemplo, a pensamientos orientales como el zen, en donde la mente es entrenada para sobrepasar el dualismo entre ser-no ser. En ellas el vacío no es un estado inerte sino un estado de posibilidad. Mientras que para la física clásica: el vacío era considerado como pasivo, sin fuerza y sin movimiento, para la física no newtoniana el vacío se constituye como una fuerza dinámica y en movimiento.