Barajas

Un libro, impreso de manera tradicional, está concebido como un conjunto de páginas atadas o pegadas entre sí. Esta manera determina que necesariamente nos encontremos con una primera hoja, un cierto número de hojas que se suceden invariables en un orden ascendente y una última hoja. Esto implica, a su vez, una lectura lineal y predeterminada. Un libro impreso se constituye como un todo material y también de sentido concluido y clausurado. La materialidad del comienzo y el fin tiene su resonancia en una concepción teleológica a nivel del contenido: las historias comienzan y terminan, concluyendo y clausurándose a sí mismas.

Por el contrario, la idea de que cada una de las hojas de un libro, presentada suelta, pudiese actuar como una unidad combinatoria se ha presentado repetidas veces en el campo literario. También se ha dado la analogía entre las hojas sueltas de un libro y un mazo de cartas. Aquí, sería el azar el determinante del lugar que cada una de estas unidades ocuparía dentro del continuum del texto. Escritores como Mallarmé, Saporta o Calvino, desde sus muy diferentes poéticas, han trabajado sobre esta noción.

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