En 1938, el químico norteamericano Chester Carlson inventó la máquina fotocopiadora. La misma constituyó un primer avance en el camino que luego seguirían el mimeógrafo y los medios de reproducción digital. En los años 60, poetas y artistas se interesaron por las posibilidades de estos medios realizando obras del llamado “arte de copia” o “xerografía”. La idea era la de proclamar un nuevo orden gráfico en el que la producción independiente y de bajo costo permitiría el acceso a creadores que anteriormente lo tenían vedado. Al favorecer la reproducción prácticamente ilimitada de obras sin deber recurrir a las empresas de artes gráficas, el autor se convertía, además, en su propio editor y distribuidor y los mensajes se democratizaban. Buscando canales alternativos de distribución de arte y literatura, estos creadores buscaban tener el dominio sobre la circulación de los mensajes e intentaban subvertir los sistemas convencionales de intercambio basados en un modelo en el que priman una serie de oposiciones binarias como oferta-demanda, compra-venta, artista-público, hablante activo-escucha pasivo. Los mensajes eran ahora compartidos y no vendidos. Pero la revolución en los sistemas de distribución no sólo afectó al área gráfica. Muchos escritores buscaron igualmente expandir su literatura hacia nuevos públicos incursionando en medios como los discos, la televisión, la radio y hasta el correo.